¿Cómo emigré en barco de Italia al Perú? Te cuento mi historia (2)

El relato continúa con el embarque en la nave que llevará a Silvio y los suyos rumbo al Perú. La triste despedida se ve superada por la gran aventura transatlántica que les tocará vivir,

Publicamos el segundo capítulo de un diario de a bordo enviado por Alfredo Passalacqua, navegante de larga experiencia residente en Trujillo, a la revista Gens Ligustica in Orbe de Génova. El documento pertenecía a Alejandro Marini Flores, hijo de Silvio Marini, uno de los once que componían el grupo de lígures de Chiavari que en 1922 viajaron del puerto de Génova al Callao, donde arribaron luego de un mes y seis días de navegación.

En este capítulo encontramos a nuestros protagonistas ocupados en los preparativos previos al embarque. La nave que los llevará al Perú, se encuentra en el puerto de Génova, Silvio y los suyos se encuentran en un hospedaje ultimando detalles para la gran aventura transoceánica. Veamos qué sucede con ellos allá en el lejano 1922.

Lavagna,19 de agosto de 1922

A las seis nos levantamos, luego de una lavadita vamos a la habitación donde durmieron los otros que los encontramos ya levantados y nos dirigimos a una lechería cercana, Silvio bebe la leche y el café de prisa y se va a cortar el cabello en menos de un centímetro de alto y paga solamente 7 liras. De allí todos juntos nos vamos a retirar nuestros equipajes a la estación Príncipe y con un cochero en su carreta nos dirigimos hacia los locales de desinfección.

Sacamos la ropa interior necesaria para el baño a donde nos dirigimos por medio de un camión, luego de un breve trayecto llegamos a dichos lugares. Antes de bañarnos nos revisan los cabellos y nos damos con la grande sorpresa que nos los deben cortar incluso a los que lo tienen corto, como a Silvio que ya había gastado siete liras para que se los corten. Apenas terminado el baño con el mismo camión regresamos a retirar nuestro equipaje a los locales de desinfección, donde con grande alegría nos encontramos con Pippo y Maggiolo, llevamos los equipajes al muelle donde se encuentra atracado el “Bologna”, dejamos a Manuelo y Natalin de guardias y nos fuimos a comer, junto con nosotros también la familia Du Pitta. Angelo, Silvio, Pippo e Maggiolo comen de prisa para relevar a aquellos que dejamos de guardia luego de haber pagado la pequeña suma de 72,80 liras.

Luego de comer también los otros nos alcanzan en el atracadero donde además de los viajeros están presentes: Andrea, Teresa, Angelitta, Gina, Baciccia, Pippo, Maggiolo, Mario e Gigetto, la familia Vanacci, Eugenio Casaretto, Enrico Raffo, Maria y Vittorio Chiappe. Alrededor de las quince y treinta nos hacen salir del muelle para dirigimos a un local cercano para la vacunación respectiva, la cual se realiza luego de una hora y media de espera poco agradable por el fuerte calor. Seguidamente subimos a bordo con nuestro equipaje, dejando a todos nuestros seres queridos; el momento en el que el vapor se separa del atracadero será el momento más conmovedor de nuestro largo viaje, también esto quedará impreso en nuestros corazones toda la vida.

Mientras tanto se podía escuchar las voces de los parientes con las de los otros en el atracadero, en medio del ambiente saturado de conmoción se entrecruzan los adiós, cuídate mucho, escribe, salúdame a todos los parientes, los amigos, la tierra, bésame al papá, la mamá, los hermanos, las hermanas; algunos en vez de eso se contentaban con llorar, puesto que no lograban pronunciar palabras por la emoción, pero las máquinas del vapor no entiende este momento sagrado y empieza a alejarse; entonces sea a bordo que en el atracadero comienzan a agitarse los pañuelos; la emoción va en continuo aumento y un largo escalofrío nos recorre a todos, nos alejamos siempre más, los pañuelos entre agitación y agitación secan las lágrimas.

Vemos a Pippo que no puede resistir más: hace un largo gesto con el pañuelo y se va del atracadero, regresa de nuevo y así podemos darle un último adiós, su adiós parece un nos vemos en América.

Continúa aún el agitar de pañuelos hasta que no se pueda distinguir a las personas, tenemos los ojos fijos en el punto donde creemos que están nuestros seres queridos. No se ve más que una masa oscura en la cual se distingue todavía el agitar de pañuelos, a alguno se le escapa un saludo que solo puede ser recogido por el viento.

A bordo nos secamos las lágrimas, en tierra hacen los mismo. Para dar fin a esta irresistible conmoción nos vamos al camarote donde están nuestras literas y ordenar un poco nuestras suaves camas y poner en orden nuestras maletas.

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